martes, 23 de junio de 2015

ELOÍSA Y ABELARDO


La leyenda de los amantes Eloísa y Abelardo es una de las más bonitas y apasionadas que existen, su amor ha traspasado el tiempo y ha llegado hasta nuestros días, siendo un ejemplo del amor del alma.



Eloísa nació el París en el año 1101 y falleció en el monasterio del Paráclito sobre 1163.
Era una joven bella y sobre todo destacaba en ella su intelecto, se dice que dominaba las ciencias literarias con gran maestría. Al mismo tiempo Abelardo era gran poeta lírico y genial músico, sus composiciones se hicieron famosas aún antes de conocer a Eloísa.



Eloísa era discípula y sobrina del canónigo Fulberto, que la tutelaba, y viendo éste la gran capacidad intelectual de la niña y por su gran amor hacia ella, (se cree incluso que podría ser su padre)….se había convertido en su tutor y mentor, intentando darle a Eloísa la mejor educación posible, por ello cuando ésta contaba con 17 años, Fulberto hizo llamar a Pedro Abelardo, gran filósofo, para confiarle la educación filosófica de Eloísa.

Abelardo quedó fascinado por la belleza y además por la inteligencia de la jóven, compartían debates, poemas, canciones…eran las dos caras de una misma moneda…así que Abelardo, irremediablemente, se enamoró perdidamente de ella, y escribió hasta una epístola a uno de sus amigos que decía así:
“Inflamado de amor, busqué ocasión de acercarme a Eloísa y en consecuencia, tracé mi plan”.

Abelardo declara también en otro de sus escritos que: “Convivieron bajo un mismo techo, para llegar luego a convivir bajo una sola alma”.

Eloísa se enamoró también perdidamente de él de la misma manera, viviendo una historia de amor apasionante a espaldas de su tío Fulberto, hasta que Eloísa quedó embarazada y evidentemente ya no podían seguir engañando a Fulberto.

Abelardo decidió raptarla y llevarla a Bretaña a casa de su hermana, donde Eloísa dio a luz a un niño al que pusieron por nombre Astrolabio, y después  se casaron en secreto, aunque Eloísa no quería, dando razones. Argumentaba, en sus propias palabras, que una vida en común como matrimonio, podría acabar con su amor, que sin embargo se mantendría vivo si los encuentros se hicieran a intervalos haciendo sus gozos más henchidos y agradables. Esto era algo muy extraño sobre todo en una mujer de su época, pero Eloísa era una mujer muy adelantada en todos los sentidos. 

Abelardo, por su parte, pensaba que si se supiera lo de su casamiento podría perjudicar a su carrera, que estaba en pleno auge, aunque pese a todo, al final, se casaron en el más absoluto secreto.

Aunque no pudieron evitar que todo esto llegara a conocimiento del celoso Fulberto, éste enloqueció y tramó su venganza.
Abelardo dejó a Eloísa en Bretaña y regresó a París para seguir con sus debates y su famoso enfrentamiento con San Bernardo, con quien debatía filosóficamente. Siguió teniendo encuentros con ella tal y como Eloísa argumentaba, y estos eran cada vez más apasionados.
Fulberto, totalmente ofuscado y lleno de celos, aprovechó de nuevo la estancia de Abelardo en París para ejecutar esa venganza.
Mandó castrar a Abelardo una noche mientras éste dormía, y así se realizó, tal como el mismo Abelardo comenta en uno de sus escritos:
“Me castigaron con cruelísima y vergonzosísima venganza que recibió el mundo con estupor, amputándome aquellas partes de mi cuerpo con las que yo había cometido lo que ellos lloraban”.

Después de esta horrible venganza Eloísa tomó los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo ingresó en el convento de Saint-Denís, aunque Abelardo abandonó más tarde éste para dedicarse nuevamente a la enseñanza y al debate filosófico, aumentando su fama y la cantidad de seguidores.
Comenzaron en ese momento a escribirse cartas del más puro amor y pasión, cartas que se recogen en su obra “Cartas a Abelardo”.

Cartas que se intercambiaban, incluso Abelardo llegó a decir que agradecía la crueldad de Fulberto, pues le había hecho tener unos deseos más violentos, ya que no podía satisfacerlos, y no podía dejar de amarla, reconociendo que su pasión por ella era ahora aún más fuerte.

No volvieron a vivir juntos. Abelardo murió en 1142, y fue enterrado primeramente en la iglesia de San Marcelo, pero Eloísa desesperada pidió que trasladaran sus restos al convento de Paracleto, tal como Abelardo deseaba, veneró sus restos con pasión hasta que veinte años después ella misma también falleció.



Cuenta la leyenda, que cuando abrieron la tumba para depositar allí también los restos de Eloísa, Abelardo abrió los brazos quedando abrazados para siempre en la Eternidad.

Myriam Cobos